Los empleados de oficinas empleaban la taquigrafía, pero así perdían tiempo en transcribir su trabajo a la escritura ordinaria. En los negocios, en el gobierno y en las oficinas de los periódicos, el pendolista más diestro apenas podía escribir algunas treinta palabras por minuto.
Las máquinas de escribir inventadas hasta 1867 imprimían caracteres nítidos, legibles, pero tenían una falla común: eran tan lentas como la pluma, o más. Un artículo de revista acerca de una de esas máquinas intrigó a Christopher L Sholes, de cuarenta y ocho años de edad, cobrador de aduanas de Milwaukee, Winsconsin. Auntiguo impresor y director de un periódico, Sholes dedicaba su tiempo desocupado a idear aparatos mecánicos, inclusive una que numeraba automáticamente las páginas de los libros. Cuando les mostró el artículo de la revista a su amigos, éstos le aconsejaron que construyera una máquina para imprimir palabras y números. "He pensado mucho en eso", repuso Sholes, "y voy a inventarlo."
Christopher Sholes |
El complicado aparato se amoldaba bien al sistema norteamericano de manufacturas, que tiene por base las piezas intercambiables. E. Remington and Sons comenzaron a producir la máquina de Sholes en 1873. Esa máquina de escribir era relativamente cara y durante doce años las ventas fueron malas.
Después, en 1881, una escuela de Nueva York ofreció enseñar a las jóvenes a usar la máquina de escribir. El hombre de negocios de los Estados Unidos se percató de las ventajas de una máquina que podía escribir sesenta -o, en manos expertas- ochenta palabras por minuto. Y apareció así una ocupación para las mujeres, quienes pronto reemplazaron a los hombres en casi todos los puestos de secretarías.
Lillian, la hija de Sholes, maneja la primera máquina de escribir de uso práctico, en 182 |
Hoy la máquina de escribir eléctrica ha alcanzado general aceptación, por su mayor velocidad y la impresión más uniforme que produce en el papel.
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