Barthelemy Thimonnier, sastre francés, construyó una de las primeras máquinas de coser allá por 1830. Hacía una puntada de cadena que se deshacía cuando se cortaba. Thimonnier pudo haber perfeccionado su invento, si no hubiera padecido pérdidas pecuniarias. Unos cuantos años después, Walter Hunt, inventor neoyorquino ideó una máquina de puntada cerrada, pero abandonó su idea por temor de que con ella quedaran sin trabajo los sastres y costureras.
Pero los métodos de coser a mano ya no satisfacían las necesidades de ropa para la población urbana de las ciudades de los Estados Unidos, que crecían rápidamente. En Boston, Elías Howe, joven mecánico, se enteró del lamento de un productor de ropa de que no se disponía de ninguna máquina de coser que fuese práctica. Hombre pobre, y con su esposa y tres hijos a quienes tenía que sostener, Howe se dispuso a construir tal máquina. Empleó una aguja que tenía el ojo en la punta, y una lanzadera para el hilo de abajo -elementos que se han conservado después en las máquinas de coser. En una demostración, la máquina de Howe compitió con cinco expertas costureras que menearon la aguja con afán. La máquina cosió con mayor rapidez y uniformidad.
Los fabricantes de ropa, que empleaban trabajo manual, no reconocieron en el acto los méritos del invento. Howe fue a Inglaterra a perfeccionar un aparato para coser cuero y allá vendió los derechos ingleses de su invento, pero riño con su socio y volvió sin un centavo a Nueva York.
Elías Howe (Imagen: es.wikipedia.org) |
Howe reclamó que estaban valiéndose de sus derechos como inventor. A la postre los tribunales asintieron, y ordenaron a Singer y a otros fabricantes que le pagaran a Howe regalías por cada máquina que produjeran.
Una vez establecida, la demanda de máquinas de coser aumentó mucho. Para 1860, se vendían en Europa más máquinas que en los Estados Unidos. Ya desde 1900, prendas hechas a máquina vestían a la gran mayoría de los varones de los Estados Unidos, y a cosa de la mitad de las mujeres y niños.
Solamente la compañía Singer ha vendido un total de más de 70 millones de máquinas en ultramar, y otras diversas marcas se fabrican cuando menos en otros seis países.
Veintenas de inventores han refinado la máquina de coser, para hacerla mejor servidora. Muchas amas de casa estarán acordes con el editor del siglo XIX que dijo que la máquina de coser es. "después del arado, el instrumento más bendito de que dispone el género humano."
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