En 1876 los Estados Unidos celebraron cien años de independencia con una enorme exposición en Filadelfia. Más de ocho millones de visitantes examinaron demostraciones científicas y técnicas de muchos países. Se había reservado un pequeño espacio, en la sección dedicada a nuevos inventos, por Alexander Graham Bell, joven maestro de elocución. Había construido Bell una especia de telégrafo para transmitir la voz humana. Cuando los jueces de la comisión de exhibición llegaron, Bell les pidió que escucharan en un altavoz receptor mientras él hablaba por una bocina a cierta distancia del lugar. Los jueces se asombraron al oír que las palabras llegaban con claridad. El teléfono, como se le llamaba, estaba a punto de convertirse en un nuevo medio de comunicación.
Nacido en Edimburgo, Escocia, Alexander Graham Bell emigró a los Estados Unidos, donde se hizo ciudadano norteamericano y abrió una escuela para enseñar la pronunciación en Boston. Había estudiado anatomía y física para averiguar exactamente cómo se formaban los sonidos de la voz humana. Durante su tiempo desocupado, trabajó para construir un "telégrafo armónico" que habría de transmitir por un solo alambre tantos mensajes como notas había en la escala musical. Como sabía poco de electricidad, Bell pensó que los tonos diferentes, al caer en cañas metálicas, provocarían vibraciones en otras cañas del mismo tono, si la segunda serie de cañas estaba conectada sencillamente a la primera por medio de alambres y baterías. Como Morse, le pidió consejo al hombre de ciencia norteamericano Joseph Henry, quien lo estimuló para que aprendiera más sobre la electricidad.
Gracias al estudio que hizo del oído humano, Bell llegró a la conclusión de que sonidos de cualquier clase podrían transmitirse por una corriente contínua., con variaciones de intensidad, justamente como el tímpano del oído respondía a los cambios de la densidad del aire. Después, en el año 1875, descubiró la forma de hacer que la corriente fluctuara. Cuando una de las cañas de su telégrafo se pegó en una ocasión, y su ayudante tocó accidentalmente las otras cañas, Bell oyó algunos sonidos en el receptor. Entusiasmado por el descubrimiento, ordenó que se pusiera una minúscula tapa de tambor, o diafragma, en lugar de la caña y una vez que se hizo esto, ya tenía funcionando, aunque primitivo, un teléfono.
No fue Bell el primero que concibió la idea de un teléfono. Entre los experimentadores europeos, Philip Reis, de Alemania, estuvo a punto de triunfar, en 1860. Su aparato transmitía sonidos audibles, aunque imperfectamente. Reis no patentó su invento y posteriormente la oficina alemana de patentes decidió que no se trataba de "un teléfono parlante".
Ya mejorado por Emile Berliner, inmigrante alemán llegado a los Estados Unidos, y por otros, el teléfono de Bel pronto encontró favor entre las compañías de negocios y el público. En 1880 había ya cerca de 50,000 instrumentos en los Estados Unidos; veinte años más tarde había treinta veces más que ese número, y cerca de la mitad de la población tenía acceso a los teléfonos. En 1899, Michael Pupin, hombre de ciencia norteamericano, nacido en Hungría demostró cómo podría ponerse boninas de inductancia en una línea larga distancia para reforzar la corriente. Aunque pronto se emplearon para el mismo objeto los tubos al vacío (seguidos después por los transistores), la bobina de Pupin se emplea todavía en algunos circuitos.
La industria telefónica norteamericana emplea hoy unas 750,000 personas, y en otros países los sistemas telefónicos que se han ensanchado también grandemente en los decenios recientes. Gracias a los cables transoceánicos y al radioteléfono, la conversación intercontinental y al radioteléfono, la conversación intercontinental es ya una realidad cotidiana.
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